“Es nuestra tierra”: indígenas indonesios se enfrentan a la mayor mina de níquel del mundo

Bokum, miembro de una de las últimas tribus de cazadores-recolectores de Indonesia, casi totalmente aislada del mundo moderno, se desespera al ver cómo la mayor mina de níquelque hay en el mundo está afectando a su hermosa selva virgen, en una isla de las Molucas.
Para poder verla, hay que adentrarse en las profundidades de la selva de la isla de Halmahera, a 2 mil 400 km al este de Yakarta. Aquí vive la tribu de los Hongana Manyawa («Pueblo de la selva»), que cuenta con 500 miembros que siguen llevando una vida nómada y sin ningún contacto con la civilización moderna.
Bokum forma parte de los otros 3 mil miembros de la tribu que aceptan tener un contacto limitado. Fue él quien mostró cómo la extensa concesión minera de Weda Bay Nickel (WBN) está desfigurando sus tierras tribales.
En medio de un entorno natural que deja sin respiración, las máquinas derriban y excavan, y la mina se va extendiendo para satisfacer la importante demanda de níquel, principalmente para la fabricación de acero inoxidable y de baterías de vehículos eléctricos.
Al menos el 17 por ciento del níquel mundial viene de esta mina, indicaba su página web en 2023. Indonesia es, de lejos, el primer productor.
Temo que sigan destruyendo la selva», dice Bokum, que, según cuenta, ya no encuentra ni cerdos salvajes ni peces para comer. «No sabemos cómo sobrevivir sin nuestra tierra, sin nuestra alimentación».
El hombre vive a 45 minutos a pie, selva adentro. Aceptó dar su testimonio junto a su esposa, Nawate, que guarda silencio. Pero no se demorará, ya que antes de ponerse en camino vio a unos obreros cerca de su casa.
Los obreros de la mina intentaron cartografiar nuestro territorio», explica, con un machete al alcance de la mano. «Es nuestra casa y no se la daremos».
La suerte de los Hongana Manyawa causó cierta conmoción en los últimos meses, a raíz de la difusión de unos videos que se volvieron virales, en los que se ve a miembros de la tribu muy delgados, mendigando comida fuera de la selva. Pero el futuro de esta región, tan lejana de Yakarta, no es ninguna prioridad.
Tres días de periplo a través de 36 km, en medio de las 45 mil hectáreas que tiene la concesión minera, permiten hacerse una idea del costo, tanto para los humanos como para la naturaleza, de la tecnología moderna.
Las reiteradas explosiones que se llevan a cabo para extraer el mineral ahuyentan a bandadas de pájaros. En el cielo, los helicópteros comparten espacio con loros verdes, búhos de las Molucas, cálaos y abejas gigantes.
Los troncos cortados a lo largo de la carretera también son un indicio de la invasión de las máquinas. A lo lejos, se ve a los guardianes de la mina disparando contra aves tropicales con rifles de aire comprimido.
Toda la noche, el estruendo de las excavadoras penetra en la espesura de los árboles, rivalizando con el croar de las ranas y el zumbido de los insectos.
Los lechos de los ríos están cubiertos de un pesado barro, fruto de la explotación minera, y prácticamente ya no tienen peces. Su agua, de tan sucia que está, irrita la piel.