Pese a todo estarán ahí: las mujeres que no se rinden

Pese a todo estarán ahí: las mujeres que no se rinden
Regina y Alonso pusieron a prueba el temple de sus madres, quienes están orgullosas de sus hijos. Fotos: Especial
Regina y Alonso pusieron a prueba el temple de sus madres, quienes están orgullosas de sus hijos.

CIUDAD DE MÉXICO. Ser madre es sinónimo de entrega, lucha, fortaleza; para muestra, los siguientes testimonios compartidos a Excélsior, mujeres cuyo triunfo es mirar el desarrollo de sus pequeños luego de vencer innumerables adversidades.

Hace dos años, Regina, quien hoy estudia en secundaria, tomó una almohada e intentó ahogar a su mamá: voces en su cabeza le decían que lo hiciera. “Ella fue diagnosticada desde la primaria con déficit de atención y trastorno auditivo; a partir de la pandemia, las voces le decían que hiciera cosas malas, yo le decía: pero hija, cómo te vas a quedar sin mamá, ¿quién te va a cuidar?, porque dice que eran muy insistentes las voces”, cuenta su madre, María Inés Vázquez.

Las voces le decían a Regina que se tirara por las escaleras, que hiciera “cosas malas”.

Para María Inés fue una experiencia “muy fuerte”, por lo que comenzó el peregrinar de madre e hija con siquiatras médicos y tomar terapias, las cuales, por fortuna, han ayudado mucho a la pequeña.

La misma sicóloga que trató a Regina ha dado terapias a María Inés, porque una madre, siempre comparte los problemas de los hijos.

Otra muestra de ello es María Luisa Gamboa, mamá de Fabián, a quien una negligencia médica le cambió la vida. Programada para un parto por cesárea, María Luisa llegó a la clínica con dolores prematuros a los ocho meses; los doctores la prepararon para trabajo natural, pero luego de once horas, decidieron intervenirla: demasiado tarde. A la semana de nacido, “aunque era un bebecito, veía yo cosas raras, la intuición de madre quizás; él tiene hemiplejia derecha, probablemente por un infarto cerebral al nacer”, comenta María Luisa.

En ese momento sin trabajo, su marido conserje, María Luisa y su familia no contaban con los recursos necesarios para todas las terapias y aparatos que requería Fabián; sin embargo, lucharon como pudieron para sacarlo adelante, junto con su otro hijo, que en ese momento tenía dos años.

Fabián lloraba mucho cuando le ponían los aparatos para acomodar la cadera, a los nueve meses no podía sostener su cabeza, “no hacía cosas que otros niños de su edad sí”, dice su madre, pero la constancia de hacer al pie de la letra lo que decían los médicos, ayudó a que a los tres años el pequeño caminara y hoy, que ya es un adolescente, pueda tener una vida normal.

Brenda Palomares, madre de Allison, quien a sus cuatro años “por las noches sudaba mucho, se despertaba gritando; yo pensaba que era algo normal en los niños, pasó el tiempo y no le tomé importancia, pero hubo una ocasión donde la niña ya no reaccionaba, y me decía que veía sus bracitos largos, su lengua larga, cosa que ya no se me hizo normal”. Al ser revisada por neurólogos, le diagnostican el síndrome de Alicia en el País de las Maravillas, un tipo de epilepsia muy poco común.

Brenda nunca olvidará alguna vez que Allison tocó una estructura de metal y le dijo que sentía la electricidad correr por el artefacto; momentos después tuvo una crisis que, como nunca había pa sado, duró cuatro horas. “Yo pensé que mi niña ya no iba a regresar”, dice. Durante cinco años, probaron diferentes tratamientos y hoy, asegura, “ser madre es lo más hermoso que me ha pasado”.

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